Sobre el amor se ha escrito un número impresionante de libros. Unos excelentes y dignos de figurar en una antología de la excelencia. Otros, por cierto, la gran mayoría, han sido de pésima calidad. Estos últimos son los que han alimentado las frases trilladas y los conceptos equivocados (si es posible el término) sobre este sentimiento tan complejo.
Las definiciones se han dado desde el punto de vista de la literatura, la filosofía, la biología, la psicología y la historia. Intentar, por lo tanto, seguir añadiendo conceptos acerca del amor es una empresa sumamente peligrosa.
Sin embargo, a pesar de esta peligrosidad y con la inmensa posibilidad de aumentar el número de oraciones en el gran fraseario del amor, me he tomado la atribución de hablar en nombre de ese amplio porcentaje que está al margen de la intelectualidad y de las preferencias de cupido.
Sin poseer la erudición de especialistas en la materia como el brillante Erick Fromm, el dantesco Leopoldo Chiappo o el polémico Anthony Giddens, asumo este reto desde la observación, la lectura y el análisis, pero sobre todo, desde el hecho, nada gratificante por cierto, de haberme inoculado “sin querer queriendo” ese extraño virus cuyo primer síntoma es la pérdida del pudor para expresar las consecuencias de dicha enfermedad. Este es el más claro ejemplo.
Recientemente leí una frase de Woody Allen que me dejó sumamente preocupado: “Sólo hay un tipo de amor que permanece, el amor no correspondido”. Si esta premisa es cierta, quiere decir que al final de cuentas uno tiene que buscar urgentemente alguien que haga caso a sus anhelos o terminará eternamente enamorado del objeto amoroso que no le retribuye. Para entender mejor estas palabras es mejor ir a los conceptos de los maestros.
Se entiende que hay varios tipos de amor. Fromm las clasifica en cinco: el amor fraternal, el amor materno, el amor erótico, el amor a sí mismo y el amor a Dios. Después de leer detenidamente las definiciones de cada tipo me resultó imposible enmarcar ese “amor no correspondido” del que habla Allen en alguna de estas clasificaciones.
Mientras el amor fraternal se refiere a la relación de hermandad, el amor materno representa la compasión, el amor erótico la fusión con el otro, el amor a sí mismo con la autovaloración y el amor a Dios el rencuentro del hombre con el todo que es la naturaleza, “el amor no correspondido” parece reclamar su autonomía y su propio estudio.
La pregunta que aparece inmediatamente es: ¿Por qué ese tipo de amor permanece? ¿Por qué a pesar de que en muchos casos se establecen nuevas situaciones y hasta se descubren nuevos “objetos amorosos”, la imagen, el concepto y el nombre de ese amor no correspondido parecen fijarse en nuestra mente como un fantasma rebelde?
La respuesta puede estar en el hecho mismo de conocer ¿Qué es el amor? Y aquí voy a citar por segunda vez a Fromm: “El amor no es esencialmente una relación con una persona específica, es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo en su totalidad, no con un objeto amoroso”.
He aquí la que considero la definición más atinada sobre el amor. El auténtico amor está al margen del objeto amoroso, es decir al margen del objeto amoroso, es decir al margen de si se es correspondido o no. El amor vale por sí mismo y por la capacidad que tiene uno de amar. No necesita de una relación con otra persona para justificarse, no implica un contrato de usufructo corporal.
La confusión radica en que la mayoría de gente nunca supera el amor erótico y se solaza en la constante simbiosis del cuerpo y del egoísmo mutuo. Esto es lo que al final lleva al desgaste de la pareja y su consiguiente disolución.
La persona madura (difícil llegar a serlo ¿no?) que luego de un constante trabajo y conocimiento de si mismo y de su entorno a aprendido a amar se dedica solamente a eso, a amar, se preocupa por dar, por organizar su amor para crecer como hombre, no se preocupa por la perdida o partida del objeto amoroso, porque el sentimiento y la voluntad lo trasciende, y porque además sabe que de alguna forma siempre estará allí, en ese lugar recóndito, ideal y casi platónico que sólo ha de desaparecer con la muerte o quien sabe.. con el amor.