Cuando era pequeña, una voz siempre me acompañó, eran los consejos y regaños de mi padre.
El me inundaba de pláticas y hojas con reflexiones que compraba en la papelería o encontraba al leer un libro y trataba de transmitírmelas, eso me aburría, pero por cariño lo escuchaba.
Siempre me alentaba y me decía que yo era capaz de lograr todo lo quisiera, que era muy inteligente y soñaba en voz alta lo que esperaba en un futuro de mi.
Hoy, ya soy adulta y esa voz me sigue acompañando.
Es increíble que hasta ahora me de cuenta del valor que esas palabras aburridas en mi niñez crearon en mi.
Hoy valoro el tiempo que mi padre pudo emplear en elevar mi autoestima, ya que a mis 36 años me considero una mujer triunfadora y que sabe superar problemas y saltar obstáculos.
Si eres padre o algún día Dios te da la fortuna de llegar a serlo, no dudes en darle unos minutos de tu tiempo, así como lo hago ahora yo con mis dos hijos y verás los resultados.